¡Qué amazona!

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Antes del verano, en un momento de iluminación, compré un ticket de estos que aparecen cada mañana en el correo. Estos que nos avisan de ofertas que duran sólo un rato y se acaban pronto, así que compra ya! Aunque no se te hubiera ocurrido y no lo necesitas, pero qué descuentazo!

En fin, el ticket en cuestión era para una excursión a caballo. Qué bonito, pensé yo. Y procedí a dar mis datos bancarios. Y luego, dejé pasar 4 meses sin reservar porque me entró miedo. ¿Y si me caigo del caballo? ¿Y si todos se rien de mí? ¿Y si mi caballo se vuelve loco y arranca a correr? Esas cosas pasan, que sí, que lo he visto en la tele.

El Mr, que para estas cosas es un poco insensible, me avisó la semana pasada de que ya había llamado él y teníamos hora este sábado.

Así que nada, ahí que fuimos el sábado. No hubo heridos, a parte de mi ego (sí, definitivamente era la peor de la clase, esa a la que el profe le pregunta 10 veces cómo lo lleva). Pero a pesar de eso, ¡me lo pasé teta! Y después, ¡el subidón de haber superado un minimiedo!

(La foto, mi preciosa yegua, a la que le cogí cariño pero que el Mr me ha asegurado con posterioridad que era la más peligrosa de todas, que él le veía la cara de mala leche y que ya se veía teniendo que correr por mi vida)

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